martes, julio 25, 2006

Aquellos tiempos, en los que nada nos importaba un carajo...

Te vas con tus papás a Mar del Plata. Cargan el auto, cargan el techo, cargan a los abuelos y a tu primito que siempre se acopla, y encaran la ruta. El viaje es largo, tedioso y caluroso; en el vehículo hay por lo menos cuatro individuos que no controlan esfínteres (incluyendo a tus abuelos, claro) y los asientos del Ford son pegajosos y calientes. La marca que tenés en el hombro, que siempre te dijeron que era de nacimiento, fue cuando a tu mamá se le volcó el matelisto encima tuyo. Cuando finalmente llegan al departamento, no tiene ascensor ni en pedo. Tus abuelos consideran montar una carpita en la entrada, porque no van a poder subir ocho pisos por escalera todos los días. Vos sos chiquito, así que ni te enterás de las pequeñas disyuntivas.

Hasta la playa son doce cuadras, así que todas las mañanas te untan en protector factor 80.000, te ponen la malla y a patear, negro. A esa edad todavía te pueden entretener con versitos boludos para que no mariconees al caminar, del tipo "Uno con dos, se hacen tres, camine derecho no tuerza los pies" y similares. Papá lleva la heladerita, mamá la sombrilla, el abuelo las reposeras y la abuela la última edición de Selecciones del Reader´s Digest y dos novelas de Corín Tellado. Siempre fue una cómoda, la muy forra. Vos llevás tu circunstancia, tus ojotas insufribles y tu barrrenador de telgopor, mientras tu primo te da tincazos en la nuca cada vez que pasa un Fitito.

Llegan a la playa, el mar está frío, sucio, lleno de iodo. Tu abuela, chocha: "Hace bien a los huesos, vamos al mar mi amor". Ella se para en la orilla a echarse agua con las manos, mojándose los hombros a la manera de Coca Sarli. Vos cazás el barrenador y le das sin asco. Te llevás puesta a una señora y a su perro, que seguro te ataca un tobillo. Se arma el toletole. Mientras vos te hacés amigo del can, tus viejos y la señora discuten a grito pelado la inconsciencia de traer perros a la playa. Tu abuelo no quiere terciar en la discusión, así que levanta el Clarín hasta taparse los ojos y de paso se raja un pedo silencioso, que aunque no oído, es olido por la mitad de la concurrencia.

Llega la hora del almuerzo: sandwichs para todos. Este menú se repetirá durante los 15 días, mechando choclos con manteca, pochoclos, palito bombón helado, pirulines, barquillos, manzanas acarameladas incomibles y gaseosas cola de segunda marca.

Pasás la tarde paleteando con tu primo, molestando a las chicas de la sombrilla de al lado, y apenas se levanta un poco de viento, tu mamá se queja del clima y levanta campamento. Llegan al departamento con medio kilo de arena en cada bolsillo, las bolas paspadas y los pies con ampollas. Nadie se quiere bañar, menos cuando hay que esperar que la garrafa caliente el agua. Mientras la abuela cocina, mamá lava la ropa del día y papá y el abuelo juegan al truco, apostando porotos.

A la noche van a dar la consabida vuelta por el centro. Tu mamá mira camperas en liquidación, tu papá mira cuchillos y chalecos de cuero patagónico, tu abuelo los equipos de pesca y tu abuela los adornos hechos con caracoles que rezan "Recuerdo de Mar del Plata". Vos y tu primo sólo lloriquean, hasta que los llevan a los fichines. A las once de la noche ya están durmiendo, sudando porque no hay ni ventilador, compartiendo camas marineras con los abuelos.

1 Comments:

Blogger Caperucita Roja said...

Fuente: www.blancosmico.com
entren q vale la pena..!!

12:38 p. m.  

Publicar un comentario

<< Home